viernes, 5 de noviembre de 2010

la evolución de la evolución: un pequeño paseo a lo largo de la historia de la teoría evolutiva

Remontándonos a la Grecia antigua encontramos los primeros acercamientos a lo que hoy conocemos como Teoría de la Evolución en los pensamientos del filósofo presocrático Anaximandro, el cual planteaba la idea de que del agua cálida y de la tierra surgían peces o seres semejantes; en ellos crecía el hombre en forma de embrión. Estos animales reventarán, saliendo de sus entrañas hombres y mujeres, capaces de nutrirse por sí mismos, hacia la vida. A pesar de tratarse de un mito para nada científico, no podemos obviar el hecho de encontrar aquí una aproximación a la idea de que unas especies provengan de otras.

Con la llegada de la ilustración, y sacudiéndose un tanto el movimiento intelectual el yugo impuesto por la religión mayoritaria de la época, que no era otra que el cristianismo, encontramos en los trabajos de clasificación de Linneo unas líneas maestras que nos acercan a ese emparentamiento entre todos los animales, y la búsqueda de un origen común, no por aquel entonces único, pero sí al menos de algunas de las especies ahí descritas y clasificadas.

Más adelante, Buffon, con sus estudios sobre fósiles y depositos sedimentarios, da un golpe en la mesa, haciendo que la Biblia que hay sobre ella caiga, al demostrar así que la Tierra tiene más de los 6000 años de los se habla en las sagradas escrituras. Pero, a pesar de este paso de gigante dado por Buffon, encontramos en su libro Historia natural, un capítulo titulado El asno y el caballo, donde plantea que, dadas sus semejanzas, es difícil no plantearse un origen común para ambos animales, y, a pesar de ello, mantiene la afirmación de que ambos animales fueron creados de manera independiente.

Tras la Revolución Francesa, Lamarck aparece en escena con su teoría propia del origen común y la evolución de las especies. Lamarck se encuentra totalmente convencido de su teoría, pero encuentra una duda más que razonable, no da con el como han sido esos pasos a seguir en el camino de la evolución.

Más adelante, aparece Darwin, y con él, la teoría más importante de todas las pesente en la Biología; la Teoría de la Evolución. A Darwin, y a Wallace, no nos olvidemos del pobre hombre, enfermo y postrado en su cama, les debemos no solo una teoría válida, sino el concepto de Selección Natural, a pesar de que en este punto chocasen, ya que mientras Wallace encontró su respuesta para casi todo en la Selección Natural, Darwin siguió pensando que ahí faltaba algo, que había algo más con lo que no era capaz de dar. Y Darwin, que era muchas cosas, buenas y malas, pero no tonto, tenía razón.

Con la llegada de Mendel, o, mejor dicho, con el redescubrimiento de su trabajo, encontramos parte de aquello con lo que Darwin no daba: el sistema de herencia de los caracteres. La genética clásica arroja mucha luz sobre la Teoría Darwinista, hasta el punto de que, en los años 30 y 40, aparece lo que hoy conocemos como Teoría Sintética o Neodarwinismo, que, uniendo las teorías de Darwin con la genética mendeliana, la mutación genética aleatoria como fuente de variación y la genética de poblaciones, nos da la teoría evolutiva más extendida y aceptada hasta la fecha.

Pero no es oro todo lo que reluce, y en los continuos estudios realizados aparecen lagunas en esta teoría. Aparecen críticas a dicha teoría, tales como las planteadas por Lynn Margulis con la captación de genomas, o las teorías Neutralistas de Kimura, así como toda la luz y clarividencia de Monod daba en su azar y necesidad. También Gould aporta sus objeciones en muchos de sus trabajos a esta teoría. Pero, a pesar de los creacionistas y derivados, y de todos aquellos que pretenden hacer ciencia de una verdad absoluta, y por tanto, ya no será ciencia, todas estas críticas, abren nuevos caminos para buscar nuestro origen, siguiendo los pasos que Darwin dio y dejó abiertos en su búsqueda de ese algo que le faltaba. Así, las teorías internalistas, como la lógica de los monstruos del malogrado y añorado Pere Alberch, que nos abrió los ojos a que no todo es genética, y que existen formas que se repiten en la historia; o las aplicaciones de otras ciencias, como la Teoría de Juegos o la Complejidad y la Teoría del Caos, que no se fían tanto del azar, pues es tan improbable que pasen determinadas cosas de pronto, sino de las propiedades emergentes de los sistemas, considerando la vida como una propiedad de este tipo. Como vemos, todos estos puntos de vista pueden arrojar luz a todo este entramado, y, siguiendo la introducción del libro de Margulis, Captando genomas, no sean los planteamientos Darwinianos los errados, sino la Teoría Sintética, algo que puede hacer aún más verosímil que uno de los padres de la misma, Ernst Mayr, sea quien hace el prólogo de dicha obra.

Quizá la evolución no funcione como el relojero ciego del que nos hablaba Dawkins, ni tan siquiera como ese chapucero al que hacía referencia Jacob, sino que todo esté mucho más ordenado de lo que parece en el caótico entramado de la vida. Sea como fuere, la evolución es más que una teoría, es un hecho, y solo tienen que salir ahí fuera y comprobarlo. Paseen por el zoo de su ciudad, saluden a sus familiares no tan lejanos, y pienses que, en esencia, sus células y las suyas son exactamente iguales, y que, quizá, no seamos más que bacterias muy antiguas, que un día les dio por complicarse la vida.

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